En el corazón del fértil valle de Lunahuaná, donde el río Cañete serpentea entre viñedos y paisajes de ensueño, yace un tesoro cultural que clama por ser redescubierto: la danza de Las Pallas.
Más que un conjunto de pasos y melodías, Las Pallas son el alma de un pueblo, la memoria viva de sus ancestros y la expresión más pura de su identidad. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta danza ancestral ha ido silenciando sus pasos, amenazada por la indiferencia y, tristemente, la vergüenza de las nuevas generaciones.
La imagen de niñas y jóvenes lunahuanenses, ataviadas con sus impolutos vestidos blancos, coronas florales y los “cargamentos” adornados con flores y cintas de colores, evoca una belleza y una solemnidad inigualables. Cada movimiento, cada giro, cada reverencia de Las Pallas no es solo una coreografía; es un diálogo con la historia, una plegaria a la tierra y una celebración de la vida y la fertilidad que siempre han caracterizado a esta tierra generosa. Es una danza que honra la labor agrícola, la devoción y la alegría de su gente.
¿Qué sucede cuando un legado tan hermoso comienza a desvanecerse? La respuesta es un silencio doloroso, un vacío en el alma de una comunidad. Es preocupante ver cómo, en la vorágine de la modernidad y la influencia de otras culturas, muchos de nuestros jóvenes sienten reticencia o incluso vergüenza de aprender y bailar Las Pallas. Prefieren los ritmos foráneos, lo que está de moda, sin reconocer el valor incalculable de lo propio, de aquello que les conecta con sus raíces más profundas.
Un Llamado del Corazón a la Juventud
Jóvenes de Lunahuaná, y de todo el Perú, deténganse un momento. Miren a sus abuelos, a sus padres, a la historia que los precede. Escuchen el eco de los tambores y las flautas que una vez resonaron con fuerza en cada fiesta, en cada celebración patronal. Esa música, esa danza, no son solo “cosas de antes”; son el reflejo de la resiliencia, la creatividad y la espiritualidad de quienes construyeron el Lunahuaná que hoy disfrutan.
Bailar Las Pallas no es solo aprender pasos; es encarnar la historia, es honrar el sacrificio de sus antepasados, es sentir el pulso de la tierra bajo sus pies. Es una oportunidad única para conectar con su identidad, para celebrar su herencia y para ser custodios de un tesoro invaluable. No hay nada de qué avergonzarse al preservar la riqueza cultural de su pueblo; por el contrario, es un motivo de inmenso orgullo.
El rescate de Las Pallas es una tarea que nos convoca a todos: autoridades locales, educadores, padres de familia, artistas y, fundamentalmente, a la propia juventud. Es vital implementar programas que incentiven el aprendizaje de esta danza en escuelas y centros culturales, que se promuevan talleres con maestros y maestras que aún conservan la sabiduría de los movimientos y las melodías. Es crucial que se generen espacios donde los jóvenes puedan expresar libremente su creatividad a través de esta danza, adaptándola sin perder su esencia.
Que Las Pallas de Lunahuaná no sean solo un recuerdo en viejas fotografías. Que sus “cargamentos” vuelvan a brillar con el sol, que sus faldas blancas ondeen al viento y que el eco de sus pasos resuene con fuerza en cada rincón del valle. Depende de nosotros, de cada uno de ustedes, permitir que el corazón de Lunahuaná siga latiendo a través de esta danza majestuosa. Es hora de dejar atrás la vergüenza y abrazar con orgullo la belleza de lo nuestro. Que Las Pallas vuelvan a bailar, y que su baile sea un faro de identidad para las generaciones venideras.
(Radio Kalidad)
